En defensa de los derechos de los animales

Cualquiera que haya tenido una mascota en sus brazos convendrá que los animales son “organismos dotados de sensibilidad física y psíquica", como proclama la ley catalana de Protección de Animales. ¿Pues qué podrían ser si no? ¿Meros objetos animados con funciones fisiológicas en muchos casos idénticas a las de los humanos? No, los animales no son objetos animados, ni siquiera simples seres sensibles, como las plantas. Los animales más complejos, como los mamíferos y aves, tienen sensibilidad psíquica, más o menos desarrollada dependiendo de las especies.

La confusión es fruto de una vieja patraña del pensamiento dominante. Hace siglos mantenía que los negros no tenían alma, y por eso era lógico utilizarlos como esclavos y comprarlos y venderlos como objetos. También las mujeres fueron señaladas por el estigma de la discriminación que, acompañada por un retorcido argumentario pseudocientífico, no escondía otra cosa que un vergonzoso abuso de poder. Hoy nos sonrojarnos al recordar aquellas aberraciones, como yo me sonrojo al ver que la tortura animal se perpetúa en las fiestas de cada aldea española y de cada coso taurino.

Pues sí, los animales tienen sensibilidad psíquica. ¿Por qué le cuesta tanto a nuestra sociedad reconocer esta evidencia? Pues por motivos interesados, como siempre. Antes era para justificar la esclavitud; ahora para no poner frenos a la explotación animal. Reconocer la sensibilidad psicológica de los animales obliga como mínimo a entender su explotación como un “mal necesario”, como parte de una ley natural –es decir, no filtrada por la civilización- como la que regula la cadena trófica. El mal necesario justifica que nos alimentemos con su carne y nos calcemos con su cuero, pero obliga a rechazar todo sufrimiento evitable, a velar por un trato digno y por un sacrificio indoloro.

Ya que nos decimos superiores, nuestros actos deberían estar a la altura de nuestra elevada autoestima. Por eso aplaudo la declaración de Barcelona, que se manifiesta contraria a la “práctica de las corridas de toros" en una declaración institucional sin precedentes. El propio alcalde, Joan Clos, se refirió al principio ético de esta declaración y al compromiso de evitar “sufrimiento innecesario a los sujetos protagonistas del medio y a los animales.”

Lástima que solo se trate de una declaración no vinculante, ya que Barcelona carece de competencias sobre la protección de los derechos de los animales. A pesar de todo, la declaración ha levantado ampollas entre los seguidores taurinos, encastillados en el discurso rancio de la “fiesta” y del “acervo cultural”. Lo surrealista es que han calificado la declaración como "un triste ejercicio de odio, intolerancia y fanatismo contra los toros". Como diría el Gallo, “hay gente pa tó”.

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