Enseñanza de las ciencias. ¿Por dónde empezar?

- Acabo de llegar. ¿Qué tengo que hacer para llegar a tu casa?
- Dime dónde estás ahora y te indico el camino.

Seguro que daríamos una respuesta parecida a un amigo que nos fuera a hacer una visita. Es lógico, ¿verdad? Pues en las clases de ciencias no siempre ocurre así. Queremos que los alumnos lleguen a un determinado lugar (un objetivo curricular) y se nos olvida a veces que cada uno parte de lugares distintos. “Toma la primera a la derecha”, les decimos a todos... y claro, muchos se nos pierden. No queda más remedio que averiguar dónde está cada alumno antes de empezar, porque el “café para todos” no sirve en el aula. Y si esto es cierto en todas las áreas, es especialmente delicado en Ciencias, porque el alumno viene ya provisto de un entramado de preconceptos que inevitablemente entran en conflicto con la ciencia que les vamos a enseñar.

Las actividades iniciales son muy importantes. Deben servir para generar interés por el tema, para proporcionar un hilo conductor que le dé unidad y sobre todo para ayudar a explicitar las ideas previas de los alumnos. Las actividades iniciales nos permitirán establecer una secuencia más centrada en el alumno y no tanto en la lógica propia de la Ciencia. Tendremos que partir de la experiencia del alumno, ir progresivamente de lo concreto a lo abstracto, comenzar por visiones generales y seguir un tratamiento en espiral, no lineal.

Los alumnos usan espontáneamente sus ideas previas -o concepciones alternativas- para enfrentarse a problemas o fenómenos científicos. Suelen ser ideas coherentes, con cierta lógica interna, y sobre todo muy persistentes, de modo que tienden a mantenerse inalteradas incluso tras la intervención educativa, especialmente si han surgido de la experiencia directa. Hay que saber que incluso en el caso de que las ideas previas se expliciten previamente y se sometan a un buen trabajo en el aula, es probable que no lleguemos a modificarlas con la instrucción. De hecho, ya no se suele hablar de cambio conceptual, sino de debilitamiento de las concepciones previas y fortalecimiento de las nuevas.

El problema es que la interiorización de las ideas solo puede hacerla el propio aprendiz. Hay que convencerlo de que la nueva idea, extraña para él, es mucho mejor que la que él tenía, pero de nada sirve decirle lo que debe ser y lo que no debe ser; debe aprenderlo por sí mismo. Y lo malo es que no hay estrategias didácticas definitivas para abordar el cambio conceptual. Una pequeña pista para allanar el camino: los alumnos más creativos responden bien a una metodología por descubrimiento guiado, mientras que los alumnos que anteponen la seguridad responden mejor a una metodología más tradicional.

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