La necesaria transmisión de valores cívicos y morales en la escuela
No resultaría sorprendente si no fuera porque plantea, como solución, algo que, a pesar de ser obvio, ha sido rechazado sistemáticamente por los sectores más conservadores, incluidos los que tradicionalmente han formado parte de su público objetivo: “El acoso violento a compañeros de clase, las amenazas a profesores o el simple «divertimento» de exhibir agresiones a través de teléfonos móviles e internet son la demostración patente de que si algo falla en la educación en España, por encima incluso del aprendizaje de contenidos, es la transmisión de valores cívicos y morales.”
¡La escuela como transmisora de valores cívicos y morales! ¿No era la moral –para los sectores más conservadores- un patrimonio exclusivo de las familias? ¿No denunciaban la formación moral en la escuela como algo tan aberrante que justificaba la adopción de una medida extrema, como la objeción de conciencia?
Parece que ha habido que esperar una paliza brutal a una adolescente y unas amenazas de muerta a un profesor para que algunos abrieran los ojos. Lástima, pero enhorabuena por despertar a la realidad. Nuestra sociedad tiene, hoy, la mayor diversidad de su historia, y sin un marco de valores comunes, de una ética de mínimos, es fácil que algunos adolescentes desnortados acaben por deslizarse por los derroteros de la violencia y del desprecio al diferente.
La realidad es que somos una sociedad plural, mestiza y diversa, que debe ofrecer un espacio ético para que la moral privada, transmitida básicamente por la familia, pueda desarrollarse sin más trabas que los límites que ese marco ético impone, y que no deben ser otros que los señalados por los Derechos Humanos.
Son patéticamente ingenuos -malintencionados, tal vez- quienes exigen que la escuela no intervenga en la formación moral, porque es terreno exclusivo de las familias. Si fuera así, habría que tolerar la formación moral muy distinta de la dominante; por ejemplo, la formación que ofrecen las familias con moral nazi, basada en el desprecio a quienes consideran inferiores, o la de quienes educan a sus hijos en el racismo , el sexismo o la xenofobia, o de quienes defienden la ablación porque forma parte de su cultura y es aceoptable en su moral privada. Pues no, hay que enseñar a esos niños que estos comportamientos no son tolerables en nuestra sociedad, aunque sean impartidos, construidos y apoyados desde su familia, porque resultan incompatibles con la Declaración de los Derechos Humanos.
Pero, ¿cómo puede conocer un niño ese marco ético común –los Derechos Humanos- que pone límites a toda moral privada, incluida la transmitida en el seno de la familia? Pues no se me ocurre otra forma que la escuela como, por cierto, ha sucedido siempre. Pues sí, la escuela debe ser garante de la educación integral del niño -con la colaboración de las familias, por supuesto-, y no un mero instrumento de instrucción. A esta obvia conclusión llega el editorialista de ABC cuando reclama medidas urgentes para “evitar el empobrecimiento, y un deterioro aún mayor, de la comunidad escolar”, y cuando exige, además, “un auténtico pacto de Estado en materia de educación y no tantas buenas palabras y demagogia”.
¡Desde luego! Es imprescindible que los políticos de todo signo, las familias que tratan de preservar a sus hijos en colegios-búnker , los tertulianos cavernícolas, los columnistas, los editorialistas y demás creadores de opinión, descubran el papel crítico del profesor en la educación integral de los niños y apoyen incondicionalmente ese papel. Que la solución se llame EpC, Ética-Cívica o Temas transversales es una cuestión técnica que deben dirimir los expertos. Pero toda la sociedad, al unísono, debe potenciar el papel educador de la escuela como principal instrumento integrador de la diversidad en una sociedad plural como la nuestra. O nos seguiremos lamentando...
Comentarios