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Mostrando entradas de enero, 2009

Los tortuosos caminos de la "infoxicación"

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Esta mañana me he desayunado con un destacado titular de El País - El Vaticano asegura que la píldora anticonceptiva contamina y causa infertilidad masculina - que, de forma refleja, ha puesto en guardia todas mis defensas -"¿El Vaticano? ¿Otra vez en este lodazal? ¿Será cosa del Papa? ¿No tendrá cosas más relevantes de las que ocuparse, como la crisis económica o la invasión de Gaza?"-, pero he sospechado que el indiscutible nivel de calidad informativa de este medio se ve atravesado, a veces, por algunos tics de anticlericalismo que parecen formar parte de su línea editorial. Así que, con cierta prevención, sigo leyendo. Ya en la entradilla se adivina que la declaración del Vaticano no procede de declaraciones del Papa, ni de una encíclica o una carta pastoral, ni siquiera de nadie de la curia, sino de un modesto artículo del “médico español José María Simón Castellví”. Pero antes de darme tiempo a respirar tranquilo el periodista retoma machaconamente el fondo del tit

Un flash metafísico en el concierto de Año Nuevo

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Pues sí, me gusta iniciar el año escuchando el concierto de la filarmónica de Viena . Y reconozco que más de una vez he “dirigido” a la orquesta de la pantalla, vigilando, eso sí, la batuta del director de turno. Hay quien escenifica la música con una plasticidad fascinante -el paradigma era Karajan- y es un espectáculo en sí mismo. Pero este año el concierto corría a cargo de Daniel Barenboim , cuya forma peculiar de llevar la orquesta, tanto más pasiva cuanto más intenso era el tempo de la composición, logró despistarme desde el inicio.  Resulta que cuando la orquesta atacaba una polka, Barenboim retenía su batuta y mantenía una actitud casi estática, marcando tan solo algunas entradas y finales.  Sin embargo, cuando le tocó el turno al delicado vals de Joseph Strauss “El sonido de las esferas” - Sphärenklänge - Barenboim recurrió a un fraseo detallado, acompañando el compás y guiando cada gesto de los músicos, hasta dar la sensación de que sobreactuaba. El colmo fue cuando llegó “B