Un flash metafísico en el concierto de Año Nuevo


Pues sí, me gusta iniciar el año escuchando el concierto de la filarmónica de Viena. Y reconozco que más de una vez he “dirigido” a la orquesta de la pantalla, vigilando, eso sí, la batuta del director de turno. Hay quien escenifica la música con una plasticidad fascinante -el paradigma era Karajan- y es un espectáculo en sí mismo. Pero este año el concierto corría a cargo de Daniel Barenboim, cuya forma peculiar de llevar la orquesta, tanto más pasiva cuanto más intenso era el tempo de la composición, logró despistarme desde el inicio. 

Resulta que cuando la orquesta atacaba una polka, Barenboim retenía su batuta y mantenía una actitud casi estática, marcando tan solo algunas entradas y finales. Sin embargo, cuando le tocó el turno al delicado vals de Joseph Strauss “El sonido de las esferas” -Sphärenklänge- Barenboim recurrió a un fraseo detallado, acompañando el compás y guiando cada gesto de los músicos, hasta dar la sensación de que sobreactuaba.

El colmo fue cuando llegó “Bajo truenos y relámpagos” -Unter Donner und Blitz-, cuyo ritmo frenético impide permanecer estático. ¿Cómo se puede dirigir esta polka de brazos caídos, sin más instrucciones que marcar el inicio? De pronto, un pequeño gesto nervioso -su pie derecho seguía visiblemente el compás mientras el resto del cuerpo mantenía la rigidez ante la orquesta- me dio la clave. Comprendí que la pasividad de Barenboim era forzada, una verdadera actuación para demostrar su dominio escénico. 

Los movimientos de Barenboim no respondían al dinamismo de la composición, sino a la dificultad que presentaba a los músicos. Por eso podía atacar una polka sin moverse, y por eso pudo dirigir la Marcha Radetsky mirando exclusivamente al público. Pero ante la complejidad de Sphärenklänge no tenía otra opción que acompañar con celo cada compás.

Un gran director, en la orquesta y en la vida, no es quien necesita marcar cada movimiento a su equipo, sino quien logra los máximos resultados con gestos mínimos. Dicho de otro modo, un gran director no necesitaría bajar a los detalles, y le bastaría, si acaso, con marcar el inicio y el final. Esa economía de gestos es proporcional a su autoridad, de modo que un director omnipotente casi no debería hacer nada para que todo tuviera lugar, tanto si se trata de una melodía clásica como de la mismísima sinfonía de la creación. 

No exagero. Un director omnipotente se despacharía la sinfonía de la creación con una completa teoría del todo, capaz de explicar las singularidades iniciales que acabarían desplegándose en estrellas, planetas, bosques y mosquitos. 

En realidad, los físicos de partículas, aunque tratan de huir de la idea de un gran director, creador del universo, se esfuerzan por lograr una síntesis primordial que permita abarcar en unas órdenes mínimas toda la creación. De momento, los cosmólogos han llevado su síntesis a cuatro fuerzas fundamentales y a tres familias de partículas, convencidos de que un universo con estas pocas reglas acabaría por desplegarse hasta generar cosas tan complejas como la mente humana o tan sutiles como un vals. Pero siguen viendo demasiada complejidad en este modelo. ¿No debería haber una única interacción fundamental que al desplegarse progresivamente diera lugar a todo lo que conocemos? De hecho, algunos físicos dicen que el LHC es una máquina del tiempo, porque permitirá acercarse al Big Bang, al instante cero del universo. 

No será fácil, porque el acercamiento es asintótico, con una dificultad que crece exponencialmente a medida que nos acercamos al instante inicial. Pero podríamos ir -mentalmente, claro- un poco más allá de ese instante. ¿Qué orden fue necesaria para que toda la sinfonía se pusiera en marcha? ¿Y quién la dio? En realidad, los físicos del LHC son, sin saberlo, los modernos teólogos de nuestro tiempo. Porque cuando logren la gran unificación, la teoría del todo, la foto inicial del momento inicial del universo inicial, se preguntarán, inevitablemente, por el autor de esa instrucción mínima que dio lugar a un conjunto de procesos encadenados que llevaron, en esta primera mañana de 2009, a ese bellísimo Sphärenklänge.

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