The 'botijo' revisited


Parecía que sobre el botijo ya se había dicho y hecho todo. Pero no, faltaba una sofisticación más.

Este sencillo artilugio, que forma parte de los estereotipos del mundo rural y era imprescindible para la supervivencia en los veranos tórridos de la meseta, ya tenía su espacio en el ámbito académico, y lo estudiábamos en las clases de termodinámica para ilustrar procesos espontáneos de carácter endotérmico. (Para quien quiera profundizar en este particular, recomiendo un celebrado artículo sobre la termodinámica del botijo, rebosante de erudición).

Ahora un diseñador de BMW, Stephan Augustin, ha desarrollado una variante de este refrigerador primitivo con una finalidad más elevada: preservar los alimentos mediante esta refrigeración natural. La versión moderna del botijo manchego, llamada terracooler, tiene la base replegada hacia dentro, de modo que forma una concavidad cuya temperatura puede ser un 40% inferior a la temperatura ambiente. Nada nuevo para los aficionados a beber agua fresca en este artilugio, pero una idea extraordinaria para mejorar la conservación de los alimentos en zonas muy deprimidas del tercer mundo.

El resultado es una especie de campana rellena de agua que, colocada sobre los alimentos, los mantiene en un entorno refrigerado y protegido. La reducción térmica es consecuencia de la evaporación del agua a través de la cerámica porosa del botijo, digo terracooler. Como es lógico, la evaporación es más intensa y la refrigeración más eficiente en entornos cálidos y secos.

El autor del invento, premiado por la fundación BMW, lo ha cedido para que sea utilizado libre y gratuitamente. Como es fácil de fabricar -alfarería tradicional- y fácil de mantener -sin cables ni wifis- este método de refrigeración es barato y sostenible, y ofrece una buena alternativa para la preservación de alimentos en zonas con escasos recursos.

Así se construye la ciencia.

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