El desafío STEM (I): Barreras en el aprendizaje de las ciencias

Con frecuencia recibimos mensajes de alarma por la falta de vocaciones científicas. Paradójicamente, no proceden del entorno educativo, conocedor del enorme potencial formativo de los programas de ciencias, sino de ámbitos de la política, la economía y la industria. La previsión de una demanda creciente de profesionales con estudios científicos y tecnológicos hace que el impulso de estas vocaciones se haya convertido en una prioridad política en las agendas educativas de todos los países desarrollados. Sin embargo, los educadores debemos tomar estas presiones con cautela: la principal justificación para los programas STEM debe venir desde la reflexión sobre las enormes posibilidades de la ciencia y la tecnología para el desarrollo del alumno y no desde la urgencia economicista. La escuela no debería preocuparse por producir “empleados” y sí por formar a una ciudadanía competente, responsable y crítica, aunque sea indudable -y obviamente no es lo mismo- que asumir el desafío STEM aumentará la empleabilidad de nuestro alumnado.
¿Por qué asustan las áreas de ciencias? A pesar del discurso cientifista que nos invade desde todos los medios (en la publicidad de los cosméticos, de los yogures, de los artículos de limpieza, electrodomésticos, celulares, etc.), la realidad es que existe una brecha creciente entre ciencia y escuela debida a múltiples barreras, a veces interpuestas por los propios programas de estudio.
  1. Una barrera proviene de un enfoque erróneo de la ciencia, que se presenta como disciplina precisa y cerrada, olvidando que el saber científico no es algo incuestionable, sino solo un saber conjetural. En palabras de Karl Popper, “la ciencia es cosa de los hombres y, como tal, falible. El cientifismo es una fe ciega, dogmática, en la ciencia. Y esa fe ciega es algo ajeno al verdadero científico.” En realidad, la ciencia es un camino, una forma original y metódica de hacer preguntas a la naturaleza, y por ello los procesos son más importantes que los resultados. A mayor calidad de las preguntas, mayor calidad de las respuestas. El cientifismo, tan presente en los medios y, lamentablemente, en las aulas, es todo lo contrario: una colección interminable de respuestas a preguntas que a veces no están bien planteadas.
  2. Otra barrera procede del alejamiento entre la ciencia y el mundo del alumno, acelerado por un mal uso de la tecnología en la escuela y por un formalismo, abstracción, matematización y academicismo excesivos. La ciencia suele presentarse desde el punto de vista del científico, es decir, desde la lógica interna del área. Sin embargo, la percepción del alumno es radicalmente distinta. Su lógica tiene que ver con su experiencia personal, que no suele llevarse bien con las teorías científicas que le cuenta el profesor. Lo que resulta lógico para el profesor es antinatural para él, porque contradice su experiencia directa. Por ejemplo, los alumnos tienen tendencia a transferir los cambios macroscópicos al nivel microscópico (partículas que se dilatan, átomos que poseen color…). También tienen una visión continua de la materia, incompatible con la teoría cinética. El movimiento de los cuerpos se rige por la física aristotélica, y los intercambios térmicos por el modelo del calórico. El problema es que muchos de los esquemas ya existentes en la estructura cognitiva de los alumnos son incoherentes con la ciencia formal. Por eso, el reto para el profesor de ciencias consiste en plantear situaciones que pongan en evidencia la inconsistencia de esos modelos ingenuos del alumno y tratar de construir una estructura cognitiva más coherente.
  3. A estas barreras se añade la brecha creciente que aleja a las chicas de la ciencia y la tecnología, así como a algunas poblaciones de entornos socioeconómicos desfavorecidos.
Los programas STEM ayudan a los alumnos y alumnas a convertirse en protagonistas, a aprender de otros y con otros, y a entender que la ciencia es cosa de todos. Las tareas implicadas en STEM permiten adquirir conocimientos mientras se resuelven problemas, y aportan el valor añadido de su potencial motivador, siempre que se articulen en torno a un enfoque divulgativo, humanista y centrado en los aspectos éticos, con una metodología que se apoye más en la indagación y la colaboración que en el empleo de artificios matemáticos y en la competición. 

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