Tecnología inalámbrica (o cuando el jersey habla con la lavadora)

Internet está provocando alteraciones en la base de las relaciones sociales y cambios culturales, lo que significa que no estamos ante una mera tecnología de comunicación, sino ante una cultura emergente. Es decir, nada será como antes.

No es difícil apreciar algunos síntomas. Se trate de un cine, un teatro o de una sala de conciertos, ya no hay espectáculo que comience sin que antes se recuerde la necesidad de apagar los móviles (antes se recordaba la prohibición de comer pipas; eran otros tiempos). Es consecuencia de la tecnología móvil que nos rodea, que crece sobre los protocolos de Internet. Nuestros adolescentes escuchan en un diminuto reproductor MP3 la música que han descargado, hablan de frente a su teléfono móvil mientras contemplan su rostro en la pantalla, como reproduciendo la escena de la madrastra de Blancanieves consultando su espejo mágico, o mueven frenéticamente el pulgar mientras escriben mensajes con una jerga abreviada hasta lo incomprensible.

Pero solo es el principio. Hace unos treinta años los códigos de barras revolucionaron el mundo del comercio, y hoy día todos los productos lo llevan, desde un yogur a un libro de texto. El código permite identificar al producto, aunque no es capaz de comunicarnos mucho más. Sin embargo, al acoplar la tecnología de Internet a las etiquetas, una nueva comunicación es posible. Un minúsculo chip con una antena en la etiqueta de un producto nos ahorrará la engorrosa tarea de sacar los productos del carrito para pasar por caja: bastará con acercarse a un escáner y pasar la tarjeta de crédito para hacer el pago. Nuestro jersey de lana, provisto de una de estas etiquetas inteligentes, dará una alarma al ordenador de la lavadora cuando marquemos un programa de lavado inadecuado, y los productos perecederos avisarán a nuestra nevera de la proximidad de la fecha de caducidad; incluso, si somos muy organizados, el propio sistema hará un pedido automático a la tienda cuando determinados productos estén por debajo de un nivel prefijado.

La llegada de lo inalámbrico a la escuela provocará cambios sustanciales, no solo por la innovación que supone sino porque permitirá acabar con la rigidez en los espacios (y a veces en los tiempos) que exigen las instalaciones informáticas: mesas fijas, aulas específicas, cableados, etc. De paso, acabará con el feo "síndrome de colas de rata" que sufren los usuarios al verse rodeados de cientos de cables en el aula de informática tradicional. Merece la pena conocer los ejemplos pioneros en este campo (Ariño, en Teruel; Compañía de María, en Tudela...) para anticipar, en lo posible, los cambios que la nueva tecnología WiFi traerá a las aulas.

En fin, Internet es mucho más que ordenadores y páginas web, y revolucionará probablemente algunos aspectos de nuestra vida, si es que no lo está haciendo ya. No soy capaz de imaginar cómo será Internet dentro de diez años, pero probablemente no tenga nada que ver con lo que conocemos hoy, ni siquiera con lo que imaginamos. Lo seguro es que no se trata de una moda pasajera. Es una nueva forma de mover la información, de llevarla a cualquier punto. Y eso no admite marcha atrás.

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