PISA: el “gran hermano” de la OCDE

“¡Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado!” concluye con pasión Pérez Reverte en un duro artículo en el País Semanal, donde ataca sin contemplaciones a políticos, pedagogos y todos cuantos han tenido en sus “manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años.” Su crítica, no exenta de cierta demagogia, se ensaña con la torpeza de quienes han extirpado de las aulas “el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas.” Pero sobre todo se centra -y en esto comparto plenamente su opinión- en la arrogancia incomprensible de los responsables políticos, su autocomplacencia imbécil y su falta absoluta de autocrítica. 

Daban la razón a Pérez Reverte los ponentes del MEC que, el pasado miércoles 19, en la presentación oficial de los resultados de PISA, se esforzaban denodadamente por buscar lecturas laterales que relativizaran, cuando no ensombrecieran, los demoledores resultados del informe. Presumían de los buenos datos de España porque, decían, si aportáramos a nuestro país el diferencial socioeconómico que tiene con el resto de la OCDE, los resultados del examen estarían ligeramente por encima de la media. ¡Hermosa utopía! Además, metidos en su rol de "cla" de la administración, abundaban en los logros de los últimos años, insistiendo en que la educación pública en España era demasiado joven para pedirle excelencia; tan solo existía desde la democracia. 

Ante enfoques tan superficiales comprendo -y comparto- el cabreo monumental de Pérez Reverte, porque no es tolerable justificar todas las ineficiencias de nuestro sistema educativo con el burdo sambenito del «retraso histórico». De hecho, la escuela pre-LOGSE, selectiva y excluyente, garantizaba un nivel de excelencia mayor, pero no seré yo quien alabe aquel sistema de ingresos y reválidas, en la que solo un pequeño grupo de alumnos prematuramente seleccionados podía progresar. ¿Qué mérito tiene el éxito académico en un sistema que solo trabaja con los más capaces? Aparentemente no había fracaso, porque los alumnos menos brillantes ya habían sido previamente excluidos.

La escuela comprensiva de la LOGSE fue un logro social sin precedentes, aunque su puesta en marcha haya sido difícil y sus reformas y ajustes exijan un análisis fino y realista de informes internacionales como PISA. Sus amenazas vienen tanto del papanatismo abonado al “todo tiempo pasado fue mejor” como del oportunismo de políticos mediocres y demás “pedabobos” empeñados en cocinar los datos objetivos para ocultarlos bajo estadísticas favorables. 

Es una lástima que la ceguera de unos y la cerrazón de otros impida hacer una lectura positiva del informe. Y, sin embargo, la hay, como puso de manifiesto Andreas Schleicher, responsable de PISA, en ese mismo foro. Schleicher dio muchas pistas de mejora, que pasaban por la atención personalizada, por la creación de expectativas de éxito en los alumnos, en sus familias y en los centros, y por la asunción de verdadera responsabilidad –“no es lo mismo que autonomía”- en los centros educativos. 

Pero la presentación de Schleicher puso de manifiesto la existencia de una gran brecha entre nuestro modelo y el de PISA. No hablo de un gap en las finalidades educativas, sino en algo tan básico como el propio concepto del esfuerzo y de la responsabilidad. Es un problema cultural, que rebasa políticas e ideologías. De hecho, es curioso que el único punto de acuerdo entre la popular LOCE y la socialista LOE sea la reivindicación de la “cultura del esfuerzo” -entendida unánimemente como esfuerzo del alumno- como base de toda mejora educativa. 

Sin embargo, Schleicher ofreció un planteamiento divergente e inesperado. Sí a la cultura del esfuerzo, vino a decir, pero entendido como esfuerzo de cada profesor, de cada centro y del propio sistema por lograr que los alumnos progresen. Es decir, la principal responsabilidad no recae en el alumno, como muchos reivindican, sino en el profesor y en el centro. En ese mismo sentido, ayer me sorprendió un profesor, sindicalista de STES, con un comentario magistral:
“Si quieres ver cómo mejora la educación pública, y sin gastar un solo euro más, exige que los profesores pasen realmente en el centro las 35 horas semanales, y no solo las horas en que les toca dar clase.”
No parece una locura, aunque dudo que se atreva a mantener esta misma tesis en el sindicato. ¿Qué gobierno se atrevería a exigir algo así? Es más fácil seguir cocinando datos y enmarañando estadísticas.

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