El reto de la escuela en casa

El cierre de las aulas por la pandemia nos ayudó, paradójicamente, a percibir con más claridad el valor agregado de los centros, que son mucho más que espacios físicos o virtuales. La clave que los diferencia es el factor humano, la conexión emocional. Los niños y niñas no aprenden de quien no les gusta, y para gustarles deben sentirse queridos. Sin cariño no hay vínculos ni emoción, y sin emoción no hay aprendizaje. En esta misma línea, James Corner, profesor de psicología de Yale,
 
afirma que no puede haber ningún aprendizaje significativo sin una relación significativa.

Aula vacía (Wikimedia, CC-BY 4.0)

Un profesor tiene una parte de técnico y otra de artista, una de contable y otra de poeta. La primera se centra en el currículo, las competencias, los estándares, la didáctica. La otra mira a la persona, la escucha activamente, le pone retos asumibles y la acompaña. La parte técnica se puede reforzar con tecnología, pero la aportación más significativa, la que ayuda a construir el proyecto de vida, se construye a través del testimonio, de los vínculos, de la interacción humana.

El docente que centra su aportación en la parte técnica, convencido de que su única responsabilidad es enseñar y la del alumno aprender, como buenamente pueda, aporta un valor limitado que probablemente también se lograría con una buena tecnología adaptativa. Pero no es el tipo de docente que tenemos ni el que queremos.  Como decía Arthur Clarke, “si un profesor puede ser sustituido por una máquina, debería ser sustituido por una máquina”.

El buen maestro, la buena profesora, no es quien mejor “da clase”, sino quien logra despertar en niños y niñas la ilusión por llegar a ser. Por eso hace como los sherpas, avanza a su lado para que alcancen la cumbre, para que desplieguen su potencial. No es un mero facilitador, como se dice ahora, que orienta el camino y mira los resultados, sino alguien que diseña el itinerario con el alumno y se compromete con sus logros, que siente el fracaso de cada niño y cada niña como propio. Y eso no se consigue solo con tecnología, ni con didácticas novedosas; hace falta vocación, crear vínculos, querer al alumno, creer en sus posibilidades, apostar por él.

Por la vía de los hechos, la crisis motivada por el COVID-19 se ha convertido en una gran experiencia de aprendizaje para todos. En estos tiempos confusos la escuela, como comunidad de relación y de aprendizaje, es más necesaria que nunca. Y por eso necesita, también más que nunca, el apoyo decidido de la sociedad y de las familias. No tanto aplausos desde las ventanas como el reconocimiento a sus profesionales y a su labor, agradecer especialmente una función compensatoria clave: ayudar a los niños y niñas más vulnerables, evitar que alguien se quede atrás.

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